domingo, 27 de abril de 2014

El prohibicionismo.



Después de casi 40 años de dictadura, se vivió en España aquella alocada y reivindicativa época de la Transición. Se exhibía por entonces aquel juego de palabras, de apariencia incongruente, de Mayo del 68: “Prohibido prohibir”. Los carteles rogaban o pedían las cosas con amabilidad: “Se ruega silencio”, “No fumen, por favor”. Una vez consolida la democracia y probadas las mieles de la libertad por los ciudadanos, los políticos empezaron a controlar cada vez más la vida de las personas, restringiendo libertades. Los carteles ahora se mostraban negacionistas: “No pasar”, “No fumar”,… Como ya había muerto el dictador y se podía hablar libremente, se importó de EE. UU. una nueva tendencia que cercenaba de raíz la libertad de expresión a modo de “autocensura”: lo políticamente correcto. Una vuelta a la censura dentro de la ansiada democracia. Y avanzando el tiempo, los partidos políticos se convirtieron en organizaciones todopoderosas, corruptas, liberticidas y antidemocráticas cargándose la separación de poderes y haciendo ineficaces los mecanismos que los controlaban. Entonces las leyes cada día eran más estrechas, los ciudadanos más controlados, los derechos y libertades mermados. Los carteles ya no disimulaban: “Prohibido fumar”, “Prohibido pasar”,…
 

Hábilmente, han ido dosificando y promocionando todo este proceso con sutiliza consiguiendo que haya calado en la sociedad y que ésta no sólo no se oponga, sino que se haga partícipe. Si la juventud de antes era rebelde y contestataria, la de ahora es sumisa y colaboracionista. Es preocupante el ver cómo muchos ciudadanos y gran parte de los aspirantes a políticos pretenden solucionar problemas o cambiar las cosas a base de prohibiciones, por no hablar de los dirigentes políticos, claro. Podemos ver a quienes pretenden un Estado laico exigiendo que se prohíba a los legionarios participar en las procesiones del Cristo de la Buena Muerte, prohibiendo los crucifijos en los colegios o prohibiendo los capellanes en los ejércitos (por poner un ejemplo). Veo con sorpresa e incredulidad a muchos jóvenes defendiendo el que se prohíba beber, fumar, pasar un límite de velocidad, o realizar ciertas actividades porque es por nuestro bien. ¡Claro que es por nuestro bien! Franco también perseguía a los comunistas, imponía el catolicismo o fusilaba a los terroristas por nuestro bien. Los que mandan, cada hostia que nos dan, es siempre por nuestro bien. Gracias.
 

Así, tras la tragedia del Madrid Arena, lo primero que dijo la alcaldesa de Madrid fue que en Madrid no volvería a pasar otra tragedia como aquella porque se prohibirían ese tipo de celebraciones. Y es que cuanto más inútil es un político, más rápidamente recurre a la prohibición para solucionar los problemas. Ni se plantean usar el cerebro para encontrar una buena solución.
 

Es ya legendaria la lentitud en la Administración de Justicia. Pues al Ministro no se le ha ocurrido otra solución que poner tasas y legislar que quien pierda sus demandas tenga que pagar las costas del juicio. Al ritmo que va este Ministro, cualquier día se le ocurre la solución definitiva a la saturación de los juzgados: prohibir pleitear a los ciudadanos.
 

El feminismo de género ha alcanzado el colmo de la prohibición llevándola hasta la represión: como algunas decenas de hombres matan a sus parejas, han convertido a todos los millones de hombres inocentes en presuntos culpables. Ante cualquier denuncia de una mujer (por muy evidentemente falsa que sea), el hombre será condenado sin juicio mediante medidas cautelares, y cuando llegue el juicio tendrá que demostrar su inocencia, si fuese posible. Caso contrario será condenado de nuevo, por muy inocente que sea. Y con la implantación de esta terrible ideología ya se puede anular de un plumazo los derechos más fundamentales de un ciudadano como son la libertad de movimientos, la libertad de expresión, el derecho a participar en la educación de los hijos, el derecho a participar activamente en política… hasta pueden prohibir a los padres el ver y comunicarse con sus propios hijos en un acto propio de secuestradores.
 

Pero si es que ya está prohibido cortar una caña para blanquear, si te pilla la guardia Civil te meten una buena multa. Está prohibido pegarle tiros a una lata con la escopeta de balines, como te pille la Guardia Civil te quitan la escopeta y se te cae el pelo. Si es que te apetece un paseo en piragua por el Guadiana y no puedes porque también lo han prohibido. Las cosas más inocentes, cotidianas o que ayudaban a la economía familiar (como vender peces pescados en el río) ya están prohibidas. Que da la sensación de que todo está prohibido.
 

Comparando la dictadura de Franco con la democracia actual vemos algunas diferencias, por ejemplo, ahora no existe la pena de muerte, los periódicos tienen libertad para publicar (siempre que respeten la censura de lo políticamente correcto) y ahora hay más cosas prohibidas que en la dictadura. Cuando en una democracia hay más prohibiciones y, en ciertos aspectos, menos libertades que en una dictadura es porque algo está fallando. Pero si es que ya hasta muchos chistes los quieren convertir en delitos. Evidentemente, los que sean contrarios a la doctrina de lo políticamente correcto. Sólo les falta rescatar aquella frase del franquismo: “En España existe libertad, lo que no se consiente es el libertinaje”.
 

Lamentablemente, el Cuarto Poder, los informativos de la tele, esos que no saben dar una buena noticia, prescinden de limitarse a transmitir una información o un relato de hechos, y devienen en una revista sensacionalista, morbosa, macabra, regodeándose en los dramas humanos, explayándose en los detalles más hirientes y despreciables, y produciendo intencionadamente la sensación de impunidad de los malhechores y de indefensión de la sociedad, creando así en los ciudadanos una necesidad de clamar por mano dura, por leyes que prohíban esas situaciones sin que el ciudadano se dé cuenta de que andamos sobrados de prohibiciones y de mecanismos de represión en lo que a la ciudadanía de a pie afecta.  Y los políticos, unos por incompetentes, otros obnubilados por su ideología, otros simplemente porque es lo más fácil y porque les sirve para justificar el sueldo, van y sacan una nueva ley con una nueva prohibición o modifican una ley anterior a la que le añaden otra prohibición o le dan una vuelta de rosca más a la prohibición ya existente. Y aquí nadie parece darse cuenta de que la prohibición y la represión no son la solución inmediata a los problemas. De hecho, pueden crear otros nuevos. Y es que si la prohibición y la represión solucionasen los problemas, las dictaduras serian eternas.
 

Hay que buscar a los problemas soluciones prácticas, hábiles, creativas y eficaces, buscando el bienestar de los ciudadanos y evitando el recortar sus derechos y libertades. Hay que averiguar la raíz de los problemas y solucionarlos allí, en lugar de atajar por el camino fácil prohibiendo los síntomas. Hay que exigirle a los políticos que se descabalguen de la respuesta fácil de lo políticamente correcto y que cojan el toro por los cuernos. Es necesario que se legisle pensando en los ciudadanos, en sus derechos y en su bienestar. Es necesario que se cese en el prohibicionismo. Es necesaria una regeneración democrática.